El Libro De Rachel by Martin Amis

El Libro De Rachel by Martin Amis

autor:Martin Amis
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: Ensayo
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


Diez y cinco: la arboleda

Faltan menos de dos horas y quedan aun dos meses. Pero a medida que envejezco las cosas se van haciendo más sencillas.

Ahora abro la ventana que da al bosque. Es diciembre, y hace frío, de modo que la cierro enseguida.

En el tren que nos llevaba a Oxford, Rachel planteó la cuestión de su padre; al parecer, aquella misma mañana había recibido una «repugnante» carta de él. Desarrolló el tema de mi-padre-es-un-auténtico-bastardo, y completó con nuevos detalles la historia de su vida. Su último roce con «Jean-Paul d'Erlanger» (Rachel utilizaba el apellido de soltera de su madre; no sé por qué) había ocurrido a comienzos del último verano, cuando DeForest la llevó a pasar en París un par de semanas. Aparte de algunos incidentes desagradables, todos se lo pasaron «de maravilla». Yo me animé un poco cuando Rachel explicó que esos incidentes desagradables consistieron en que M. d'Erlanger dejó entrever primero, y articuló después con todas las letras, el odio y desprecio inmensos que sentía por DeForest, una de cuyas orejas quedó gravemente deformada por los golpes del apasionado francés. Rachel me invitó a interpretar ese incidente como última demostración de la grosería de su padre. Luego me enteré de que DeForest se mostró muy comprensivo y que nunca jamás había vuelto a hablar del asunto.

Cuando le pregunté sobre qué le hablaba su padre en la carta, Rachel volvió la cara hacia la ventana para contemplar las afueras de Reading durante medio minuto, y después me dijo que era incapaz de repetir palabras tan horribles. Decidí dejarlo así, permitiéndole magnánimamente que controlara ella la situación. Para matar el tiempo, y brindarle cierto consuelo indirecto, conté algunas mentiras no muy concretas sobre supuestas atrocidades paternas que yo había tenido que padecer, con mi padre en el papel de gamberro báquico, mochuelo meditabundo, violador de au pairs, y así sucesivamente.

Fuimos los primeros en llegar.

Madre parecía que acabase de contraer la hidrofobia. Estaba sometida a semejante frenesí ciego que, antes de los holas y las presentaciones, Rachel y yo preguntamos inmediatamente si había alguna cosa que pudiéramos hacer por ayudarla..., mientras aún estuviéramos a tiempo, mientras brillara todavía un rayo de esperanza. Al parecer, lo que Rachel podía hacer era ayudar a la (bastante atractiva) au pair a pelar patatas. Lo que yo podía hacer, lo que tenía que hacer, me gustara o no, era ir en coche a Oxford para recoger allí a Valentine.

—¡Pero si no sé conducir!

—¿No te dieron un montón de clases?

—Sí.

(Las clases de conducir eran el regalo reglamentario que nos hacían a los Highway cuando cumplíamos los diecisiete años. Somos una familia muy viajera. )

—¿No te examinaste?

—Sí. Pero me suspendieron.

—¿Y no volviste a examinarte después?

—Sí. Pero volvieron a suspenderme.

—Bien, ahora ya es demasiado tarde. ¿Dónde he metido las llaves?

Fui en el Mini de mi madre, y casi me la llevo a ella por delante nada más arrancar.

Después de cruzar un puente de peaje —el peaje era muy elevado: tres peniques y medio—, alcancé la velocidad de crucero de sesenta kilómetros por hora gracias a que la carretera era muy ancha.



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